Vanessa Ogle, profesora en Berkeley ha realizado un estudio explicando el espectacular desarrollo de Suiza en las décadas de 1950 y 1960 como centro financiero extraterritorial, estableciendo un vínculo directo con la llegada masiva de capitales procedentes de los movimientos descoloniales. Con la independencia de las antiguas colonias y la llegada al poder de gobiernos percibidos como hostiles, se teme por la seguridad de los activos. Repatriar los fondos a los antiguos países colonizadores no es lo deseable, ya que en aquella época en Europa comienzan a aplicarse impuestos progresivos que gravan más a quienes más tienen. Vanessa Ogle subraya la persistencia de una “moral de impuestos bajos para los blancos”, donde los colonos se habían beneficiado de tipos impositivos extremadamente bajos. Suiza es quien saca el máximo partido a estas limitaciones fiscales y al pánico financiero que acompaña al fin de los imperios coloniales. Para las empresas y los particulares establecidos anteriormente en las colonias, en un primer momento; y para las élites locales, en una segunda fase. De este modo, Suiza albergó los fondos de muchos antiguos dictadores, como Juan Perón (Argentina), Fulgencio Batista (Cuba), Sukarno (Indonesia) o Rafael Trujillo (República Dominicana).
A partir de la segunda mitad de los años 50, el Banco Nacional Suizo se da cuenta de que en el territorio nacional se abre un número inusualmente alto de bancos procedentes del antiguo mundo colonial. Su objetivo es repatriar activos del norte de África y de Oriente Medio, en el marco del proceso de descolonización. El Banco de Indochina, el Banco Pariente, el Banco Hassan, el Banco Otomano, el Crédito de Garantía de Argelia y Túnez…Para Vanessa Ogle, “estos bancos vinculados a antiguos imperios, y su establecimiento en Suiza, contribuyen a que Suiza se internacionalice como centro bancario después de la Segunda Guerra Mundial e influyen en la reputación y las perspectivas del sector bancario suizo en las décadas siguientes”.
El Banco Nacional Suizo teme que un sobrecalentamiento y un exceso de liquidez perjudique a la economía. En 1956 exige a los bancos privados que cumplan un “pacto de caballeros” destinado a reorientar estos flujos de dinero mediante una estrategia de inversión conforme a los intereses suizos. Este acuerdo, que se prolonga hasta mediados de la década de los 60, estipula que los bancos no deben invertir ningún dinero de diversas fuentes extranjeras en valores o bienes inmuebles suizos. Una decisión que, de manera significativa, contribuye al desarrollo en Suiza de los servicios de ingeniería financiera para inversiones en el extranjero.
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