Llegamos a identificarnos más con los constructores de murallas que con los de puentes. Faltan el abrazo, el llanto y la pregunta por el padre, por el patrimonio, por las raíces de la Patria. Hay carencia de diálogo. ¿Es verdad que no queremos dialogar? No lo diría así. Más bien pienso que sucumbimos víctimas de actitudes que no nos permiten dialogar; la prepotencia, no saber escuchar, la crispación del lenguaje comunicativo, la descalificación previa y tantas otras. El diálogo nace de una actitud de respeto hacia otra persona, de un convencimiento de que el otro tiene algo bueno que decir; supone hacer lugar en nuestro corazón a su punto de vista, a su opinión y a su propuesta. Dialogar entraña una acogida cordial y no una condena previa. Para dialogar hay que saber bajar las defensas, abrir las puertas de casa y ofrecer calidez humana. Son muchas las barreras que en lo cotidiano impiden el diálogo como la desinformación, el chisme, el prejuicio, la difamación, la calumnia, manifiesta el papa Francisco.
El rabino Skorka añade que cuando analiza los textos talmúdicos se encuentra uno que dice que la amistad significa compartir comidas, momentos, pero al final señala que la real amistad consiste en poder revelarle al otro la verdad del corazón.
Referencia: Sobre el cielo y la tierra. Libro de Abraham Skorka y Papa Francisco
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