Nuestra manera de pensar determina lo que sentimos y, a raíz de lo que nos provoca tomamos como prueba de verdad aquello que pensamos. Esto es una capacidad increíble, pero también puede jugarnos malas pasadas. “Según nos hablemos a nosotros mismos, nos viviremos de una manera u otra y el mundo que percibamos será uno u otro” escribe Óscar González.
Es delgada la línea que separa nuestra capacidad de pensar, y de sentir, en la que la emoción se encuentra a medio camino entre ellas. En nuestro día a día y debido al uso que hacemos de nuestro lenguaje, en muchas ocasiones utilizamos estos tres conceptos como si fueran sinónimos, pero lo cierto es que pensar, emocionarse y sentir son cosas muy diferentes. Somos seres racionales. Esto no implica que las emociones y los sentimientos sean ajenos y no intervengan en nuestra personalidad, nuestra manera de interpretar el mundo, la toma de decisiones y la forma en que fijamos nuestras ideas. Hacemos caso a nuestras emociones y es una capacidad humana que no debemos alejar de nuestra vida. La razón sin emoción ni sentimiento no tiene sentido. Los sentimientos son más duraderos que las emociones, pero las emociones son más intensas que los sentimientos. Aprender cómo funcionan en nosotros esa relación es fundamental para fomentar nuestra inteligencia emocional, nuestra manera de relacionarnos con nosotros y con los demás y para mejorar nuestra salud mental.
No hay comentarios:
Publicar un comentario