El periodista y escritor Malcolm Muggeridge hace una crítica contra los pretendidos expertos sexólogos, cuyos estudios han colaborado al fomento y el culto a la libertad sexual. Escribe que “el sexo empieza con el éxtasis, fundiendo momentáneamente dos yos separados en una unión con el otro y con la vida entera; y se termina con la separación radical de un ego preocupado exclusivamente en su propio orgasmo. El sexo empieza como una ventana a la eternidad, y termina en un oscuro sótano cerrado y cubierto por el tiempo. El sexo empieza como la savia que corre por el árbol para engendrar brotes, flores, hojas y frutos; y termina en la película del doctor Masters. El sexo empieza como un misterio cuyo origen es el arte, la poesía, la religión, el deleite de generaciones sucesivas, y acaba en un laboratorio. El sexo empieza con la pasión que encierran conceptos como el dolor y el gozo; termina en un trivial sueño de placer que acaba disolviéndose por si mismo en la soledad y la desesperanza de la autosatisfacción”.
Malcolm Muggeridge considera el acto sexual un don demasiado preciado y con demasiado peso como para emplearlo despreocupadamente o para tomarse libertades con él. En un congreso celebrado en San Francisco explicó que había acabado entendiendo la sexualidad como un sacramento. “ De la creatividad de los hombres, de su creatividad animal, procede el sacramento del amor que ha creado el concepto cristiano de familia y del matrimonio que debería durar para siempre, que debería ser algo solido y maravilloso”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario