Svetlana Aleksievich, escritora y periodista bielorrusa, de lengua rusa, galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 2015 cuenta en su libro El fin del Homo sovieticus que el comunismo se propuso la insensatez de transformar al hombre antiguo, viejo Adán. Y lo consiguió. Tal vez fuera su único logro. En setenta y pocos años, el laboratorio del marxismo-leninismo creó un singular tipo de hombre, el homo sovieticus. Algunos consideran que se trata de un personaje trágico; otros lo llaman sencillamente sovok (pobre soviet anticuado). Homo sovieticus no sólo pertenecen los rusos, sino también los bielorrusos, los turkmenos, los ucranianos y los kazajos…tenemos un léxico propio, nuestra propia concepción del bien y el mal, de los héroes y los mártires. También tenemos una relación particular con la muerte.
¿Qué valor puede tener la vida humana, si llevamos grabado en nuestra memoria que millones de personas morían hace muy pocos años? Estamos llenos de odio y prejuicios. Los hemos heredado del gulag y la guerra horrible que libramos. De la colectivización, la eliminación de los kulaks, las deportaciones de pueblos enteros… Así fue el socialismo y ésa la vida que tuvimos. Los seres humanos quieren vivir sus vidas. Y eso es algo que no ha conocido nunca Rusia, como tampoco es algo que aparezca en la literatura rusa. En el fondo, somos un pueblo proclive a la guerra. Nunca hemos vivido de otra manera. De ahí viene nuestra psicología guerrera. Ni siquiera en tiempos de paz hemos sabido sustraernos a nuestra pasión por la guerra. En cuanto suenan los tambores y se despliegan las banderas nuestros corazones palpitan con fuerza en nuestros pechos. Nunca fuimos conscientes de la esclavitud en que vivíamos; aquella esclavitud nos complacía.
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