Dominique Lapierre escribe en su libro Mil soles:
—¿Sabe, Dominique, que he pasado casi toda la noche leyendo La pena capital de su compatriota Albert Camus? ¡Qué libro! ¡Qué escritor! Camus expresa la opinión de que la pena de muerte no puede justificarse por su valor de ejemplo, ya que casi en todas partes las ejecuciones capitales se organizan de modo casi clandestino… —¿Cree que habría menos delitos si las ejecuciones fueran públicas? —inquiero. —¡Claro que no! Arthur Koestler ha dado la mejor respuesta a esta pregunta contando en uno de sus libros que en la época en que los carteristas eran ahorcados en la plaza pública en Inglaterra, otros carteristas hacían estragos entre el gentío que asistía a la ejecución… En consecuencia, las ejecuciones capitales se hicieron clandestinas casi por doquier. Se habían percatado de que desarrollaban instintos sádicos en quienes las presenciaban.También era, tácitamente, admitir su inutilidad.
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