En 1929, el limpiabotas que regularmente rutilaba los zapatos de Joe Kennedy le recomendó que, como él había hecho ya con sus modestos ahorros, invirtiese en ferrocarriles y petroleras, pues eran los valores que iban a subir de manera inminente. Kennedy dedujo que si un limpiabotas había invertido sus ahorros en la Bolsa de Nueva York, sin duda el mercado estaba sobrevalorado. En épocas de euforia financiera, buena parte de la población general se convierte en especuladora sin saberlo, ajena al abismo al cual va a precipitarse, desconocedora de que juega con fuego. Tal vez entre y salga de la bolsa a tiempo y gane algo de dinero, pero incluso bajo este supuesto ignorará que su acto dista poco de invertir los ahorros en décimos de lotería. Insisto en que esto no es asunto de unos pocos ni es un fenómeno aislado. Según el diario Público, en España más de 5 millones de hogares invierten directa o indirectamente en bolsa, a través de planes de pensiones o fondos de inversión. La exposición a los vaivenes bursátiles afecta al 25% del ahorro de las familias españolas.
Basta que un país vea dispararse sus valores financieros para que una masa de insensatos acuda en tromba a colocar sus ahorros en unos activos cuyo riesgo pocos están capacitados para valorar, escribe el economista Trías de Bes.
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