¿Existe Dios? Existe por definición, sin que no obstante podamos tomar su definición por una demostración. Esto es lo que hay de fascinante y de irritante a la vez en la famosa prueba ontológica, que atraviesa, al menos desde san Anselmo a Hegel, el conjunto de la filosofía occidental. ¿Cómo se define a Dios? Como el ser supremo (san Anselmo: “el ser en relación con el cual es imposible concebir nada más grande”), el ser soberanamente perfecto (Descartes), el ser absolutamente infinito (Spinoza, Hegel). Ahora bien, si no existiera, no sería ni el más grande ni realmente infinito; a su perfección, esto es lo menos que se puede decir, le faltaría algo. Por lo tanto, existe por definición: pensar a Dios (concebirlo como ser supremo, perfecto, infinito…), es pensarlo como existente. “De la esencia de Dios no puede separarse su existencia, escribe Descartes, del mismo modo que de la esencia de un triángulo rectángulo no puede separarse el que la suma de sus tres ángulos sea igual a dos rectos, o de la idea de una montaña la idea de un valle; de modo que no es menos contradictorio concebir un Dios (esto es, un ser soberanamente perfecto) al que le faltara la existencia (esto es, al que le faltara alguna perfección), que concebir una montaña sin valle alguno”. Se replicará que esto no demuestra que existan montañas y valles… Ciertamente, responde Descartes, pero sí que demuestra que montañas y valles son inseparables. Lo mismo sucede en el caso de Dios, su existencia es inseparable de su esencia, inseparable de él, pues, y por eso existe necesariamente. El concepto de Dios, escribirá Hegel, “incluye en él el ser”. Dios es el único ser que existe por esencia.
El Dios de los filósofos es menos importante que el Dios de los profetas, de los místicos o de los creyentes. Fueron Pascal y Kierkegaard, antes que Descartes o Leibniz, quienes dijeron lo esencial, Dios es objeto de fe más que de pensamiento o, mejor dicho, Dios no es objeto alguno sino sujeto, absolutamente sujeto, y solamente lo encontramos en la experiencia inmediata o en el amor. Pascal, en una noche ardiente, creyó tener una experiencia de este tipo: “Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no el de los filósofos y los científicos. Certeza, sentimiento, gozo, paz. Dios de Jesucristo… Gozo, gozo, gozo, llanto gozoso”. Esto no es una demostración. Pero sin esta experiencia, la fe no se daría por satisfecha con ninguna demostración. Probablemente éste sea el punto en el que la filosofía se detiene. ¿Qué sentido tiene demostrar lo que se experimenta de forma inmediata? ¿Cómo probar lo que no se experimenta? El ser no es un predicado, Kant tiene razón en este punto, y por eso, como decía ya Hume, la existencia no se demuestra ni se refuta. El ser se constata, no se demuestra; se comprueba, no se prueba.
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