Ramón Perez de Ayala |
Carta de Andrés Amorós a Pedro Masaveu al día siguiente de morir Ramón Perez de Ayala en la clínica de la Concepción de Madrid: “Querido Pedro: Con prisa le mando la noticia que junta la esperanza a la inmensa pena que tiene, que tenemos, por la muerte de nuestro don Ramón ha recibido, con plena conciencia, con conocimiento, la Extremaunción. Se han reunido a lo Newmann lo que yo llamo, usted lo sabe, milagros morales. La clínica de la Concepción, vecina de mi Iglesia, se quedó sin capellanes. La dificultad de la sustitución y el deseo de trabajar pastoralmente en un campo para mí inédito me decidieron, con mucho miedo yo y con mucho cariño en la aceptación por parte de Jiménez Díaz, a hacer de capellán durante todo el verano. El martes pasado me comunicaron que había llegado y muy mal, para morir Pérez de Ayala. Ya sabe que le conozco y le trato desde los tiempos inolvidables de don Gregorio y del Cigarral. Subí corriendo a saludarle, estaba con la mente lucidísima y con la exacta cortesía para todos y sin darse plena cuenta de la extrema gravedad de su estado. Hablamos un rato de usted,le divirtió mucho lo del San José de Alonso Cano, de Unamuno, de lo que preparo sobre Galdós. Las buenas monjitas me interrumpían de vez en cuando, trajeron un escapulario, una estampa y no pocas jaculatorias que hicieron sonreír a don Ramón. Luego hablé con la familia, querían que se le diera in extremis la Extremaunción. Yo les dije que don Ramón era estoico y no en el sentido literario de la palabra, que yo estaba dispuesto a repasar con él Epicteto y Marco Aurelio y que lo otro era bueno en la intención, pero dudoso en el valor. Y que esperaran. Así pasó el día siguiente, él, con muchos dolores, pero agudísimo de cabeza; la familia, desazonada y yo más. Entonces se produjo el milagro moral. Estaba yo a la puerta de la Clínica cuando vi venir a un religioso joven que me saludó como a persona conocida. Le pregunté y me dijo que no era sacerdote sino novicio jesuita, que tenía un cáncer y que iba para una exploración dolorosísima, análisis o algo así en el esternón. Le dije que arriba estaba el enemigo el de A. M. D. G., me pidió, me exigió que subiera para decirle que él, novicio jesuita, ofrecía el dolor próximo y los que”vinieran para que «don Ramón,estas fueron sus palabras, hablara muy sinceramente con Dios». Subí con prisa de bombero, dije el mensaje, lloró don Ramón muchas y mansas lágrimas y todo fue fácil, recibió amorosamente la Extremaunción, dejó traslucir su buen saber de latinista y hasta la agonía, que tardó en llegar, reiteró su fe con palabras, las suyas, exactas y agudas. Ya ve, querido Pedro, cómo tenía usted razón. Y también yo, como en el caso de Morente, de Ortega, el recuerdo de la niñez, la necesidad de ver como inseparable de la fe el cariño de mujer y de hijas, se han presentado a la hora de morir”.
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