Las sobrecogedoras y austeras formas del monasterio del Escorial no dejan lugar a dudas acerca de la presencia de un inmenso poder espiritual. Un agnóstico tiene la opción de descartar la idea, pero el sentimiento persiste obsesivamente. El problema siempre ha sido cómo identificar este poder. ¿Representa el espíritu tradicional del catolicismo? ¿Es un reflejo de las obsesiones del rey? Una de las ideas que prevalecen acerca del edificio es que personifica la religión de España. Su perfil, sólido y desafiante, se percibe como un reflejo de la ortodoxia religiosa de España, su firme confianza en Dios, la Iglesia y la Inquisición. Para muchos, el edificio manifiesta, asimismo, una nueva tendencia, el dinamismo de la Contrarreforma. Desde cualquier perspectiva se percibe como una fortaleza rocosa de la fe y la certidumbre, “un bastión visible contra el surgimiento de la herejía”. En el siglo XVII, Baltasar Gracián, en El Criticón, lo vio como “un triunfo de la piedad católica”. Estos puntos de vista se consideran, dentro de su contexto, lógicos. Sin lugar a dudas, el aliento primero del edificio es de carácter religioso. El corazón de la estructura es la basílica, y el componente humano primordial reside en el monasterio. La religión fue la inspiración y la fuerza motriz…..Los extranjeros que visitaron España durante el siglo posterior a Felipe II elogiaban el extraordinario edificio que el rey había construido en las montañas de Guadarrama. Uno de los primeros comentarios procedió del inglés John Eliot, quien declaró en 1593 que el era “el palacio más magnífico de toda Europa, y es el edificio más bello que jamás he visto en la vida, el más grande, majestuoso e imponente que un hombre pueda imaginar; un lugar enriquecido por grandes jardines, parterres y huertos, y donde crecen los frutos más exóticos a la orilla de un placentero río. Cien veces más formidable que cualquiera de Italia.” Otro visitante se refería al edificio en 1623 “tan trascendentalmente lleno de admiración que hay que temer que aquellos que gozan de sus placeres no salgan en busca de ningún otro paraíso”. Se trataba de citas imparciales y transmitían algunos de los deleites que el edificio podía evocar en esos días.
Durante los primeros años del siglo XIX, los monjes de San Lorenzo sufrieron graves tribulaciones, incluida la pérdida de muchos tesoros a manos de las tropas francesas invasoras. La más importante dificultad que tuvieron que afrontar tuvo lugar en el verano de 1835, cuando se propagó por toda España una ola de violencia anticlerical que les obligó a exiliarse. Antes de finalizado el año 1837 todos los monjes Jerónimos habían desalojado el monasterio. El gran edificio quedó vacío. Cuando por fin, mucho más tarde, regresaron los monjes al Escorial, estos pertenecían a la Orden de San Agustín. Cien años después se repitió el mismo patrón. Durante la Segunda República, tras el acceso al poder en 1936 del profundamente anticlerical Frente Popular, el Gobierno contempló impasible la quema de los monasterios y el asesinato de monjes. Cuando el ejército rebelde del general Franco se acercaba a la ciudad de Madrid en noviembre de 1936, las autoridades gubernamentales ordenaron que todas las personas detenidas fuesen aniquiladas. Según palabras de la historiadora Francés Lannon, el 7 de noviembre, los prisioneros “fueron deliberadamente asesinados en Paracuellos de Jarama y Torrejón de Ardoz, en el este de la ciudad, y sus cadáveres depositados en fosas comunes. Desde entonces y hasta el 4 de diciembre, este ultraje se repitió varias veces, y por lo menos murieron 2.000 personas, incluidos 68 monjes de la Orden de San Agustín, procedentes de la comunidad de El Escorial”.Como consecuencia, el régimen de Franco sintió el deber de otorgar favores especiales a la comunidad monástica, la cual floreció durante el siglo XX. Estos dos años clave, 1836 y 1936, jalonan los triunfos y tragedias del palacio-monasterio de Felipe II, y el destino que sufrió repetidamente a manos de su propio pueblo en España.
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