Cuenta el filósofo André Comte-Sponville que “sólo cuenta la amistad; sólo cuenta el amor. Digamos más bien que sólo cuentan el amor y la soledad. O aún mejor que sólo cuenta la vida. Los libros forman parte de ella, sí, y eso es lo que les salva. Pero no por eso la vida deja de seguir su curso… Los libros forman parte de ella pero, ¿cómo podrían contenerla? Hablan de ella pero, ¿cómo podrían reemplazarla? A lo sumo pueden decir la verdad de lo que vivimos, esa verdad que no está en los libros o que no puede estar en ellos más que porque está primeramente en nuestra vida. Verdad del sufrimiento y de la alegría, de la entereza y del cansancio, verdad del amor, verdad de la soledad…Todos los acaecimientos más comunes de la vida son vanos y fútiles, y sólo el amor es extraordinario, cuando se llega a amar, y eso sucede a pesar de todo”.
“La cuestión no está en saber si la vida es bella o trágica, ridícula o sublime (es lo uno y lo otro, naturalmente), sino si somos capaces de amarla tal como es, es decir, de amarla. Eso deja a la literatura en su puesto, que no es ni el primero ni el último. Los libros no valen más que en la medida en que nos enseñan a amar; por eso algunas obras maestras son irreemplazables, y por eso tantos libros no valen nada. “Eso es una novela”, se dice a veces, cuando se quiere decir que eso es una sarta de necedades y de mentiras. Pues sí, la mayoría de las novelas no son más que “una novela”. Tengo algo mejor que hacer, tengo algo mejor que vivir. Lo más urgente es dejar de mentirse. La verdadera vida no es la literatura, la verdadera vida es la vida verdadera.”
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