Decía Séneca que “todos los días hacemos reproches al destino: ¿Por qué éste ha sido arrebatado en medio del curso de su vida? ¿Por qué aquél no es arrebatado? ¿Por qué prolonga una ancianidad molesta para sí y para los demás?.¿Juzgas acaso, te lo ruego, más razonable que tú obedezcas a la naturaleza, o que la naturaleza te obedezca a ti? ¿Qué importa, en verdad, cuán presto salgas del lugar del que debes salir? No hemos de preocuparnos de vivir largos años, sino de vivirlos satisfactoriamente; porque vivir largo tiempo depende del destino, vivir satisfactoriamente de tu alma. La vida es larga si es plena; y se hace plena cuando el alma ha recuperado la posesión de su bien propio y ha transferido a sí el dominio de sí misma. ¿De qué le sirven a ese hombre ochenta años transcurridos en la inactividad? Es que no ha vivido, sino que se ha demorado en la vida, y no ha muerto tardíamente, sino lentamente. “Ha vivido ochenta años.” Importa saber desde qué día comienzas a contar su muerte. “Pero aquél ha muerto en su juventud.” En cambio, ha cumplido las obligaciones de un buen ciudadano, de un buen amigo, de un buen hijo; no ha claudicado en ningún deber. Aunque el tiempo de su vida sea incompleto, su vida es completa. Ha vivido ochenta años. Mejor, ha existido ochenta años, a menos que digas que ha vivido como decimos que viven los árboles.”
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