General Clemente Primieri |
Durante la Segunda Guerra Mundial hubo oficiales italianos que adoptaron una postura abiertamente moral. En otoño de 1942, tras enterarse de que había que entregar a los judíos no italianos al asesino Ustaše, el jefe del Estado Mayor del Segundo Ejército, el general Clemente Primieri, exclamó: “Se trata de una violación de la palabra dada a los judíos, que tendrá terribles repercusiones sobre nuestras relaciones con todos aquellos que han depositado su confianza en nosotros. Temerán que rompamos nuestra palabra en cualquier momento y nuestro prestigio se reducirá enormemente”. El comandante de una unidad de ametralladoras escribió a un amigo suyo: “El ejército italiano no debería ensuciarse las manos en este asunto”. Es de suponer que hombres semejantes se habrían mostrado de acuerdo con la declaración del funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores Luca Pietromachi, que llegó a afirmar: “No hay rincón de Europa que no haya sido testigo de la perversidad innata e indeleble de los alemanes. Y estos son los portadores de la Kultur y los artífices del Nuevo Orden”.
El gobierno italiano sabía, por las emisiones de la BBC de junio de 1942, que hasta esa fecha habían sido asesinados aproximadamente setecientos mil judíos polacos, muchos de ellos con gases tóxicos. El 18 de octubre, el número dos de la embajada alemana en Roma, Otto von Bismarck, nieto del primer canciller alemán, solicitó formalmente la colaboración italiana en las medidas que los croatas y alemanes estaban tomando para deportar en masa a los judíos croatas. Violando un alto secreto, Bismarck también informó a los italianos de que eso “supondría con casi toda seguridad la eliminación definitiva de los grupos judíos en cuestión”. Aparte de las consideraciones de honor y de prestigio que llevaron a los italianos a obstaculizar la colaboración con los croatas, a lo largo de los seis meses siguientes el curso de la guerra también les indujo a no colaborar con los alemanes. Muchos miembros del ejército se dieron cuenta de que para Italia se había acabado el juego. En octubre de 1942, los representantes del régimen iniciaron conversaciones clandestinas en Lisboa con agentes británicos del EOE para negociar una paz por separado. En diciembre de 1942, los aliados hicieron públicas claras advertencias acerca de futuros juicios por crímenes de guerra, una razón más para que los italianos se distanciaran del genocidio alemán.
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