Escribe Robert Sarah que hoy la nueva lucha ideológica de la posmodernidad occidental ha pasado a ser la eutanasia. Cuando una persona parece haber llegado al final de su paso por este mundo, ciertas organizaciones, con la excusa de aliviar su sufrimiento, consideran que vale más darle muerte. En Bélgica, este derecho, que no lo es, acaba de extenderse a los menores. So pretexto de ayudar a un niño que sufre, es posible matarlo fríamente. Los defensores de la eutanasia quieren ignorar que hoy día los cuidados paliativos están perfectamente adaptados a quienes no tienen esperanza de cura. La muerte fría y brutal se ha convertido en la única respuesta. La eutanasia es el marcador más incisivo de una sociedad sin Dios, infrahumana, que ha perdido la esperanza. Me causa estupor ver hasta qué punto quienes propagan esta cultura se envuelven en la buena conciencia, presentándose como los héroes de una nueva humanidad. Por una suerte de extraña inversión de papeles, los hombres que luchan por la vida se convierten en monstruos que derribar, en bárbaros de otro tiempo que rechazan el progreso. Con ayuda de los medios, los lobos pasan por generosos corderos que están del lado de los más débiles. Sin embargo, el plan de los promotores del aborto, la eutanasia y todos los ataques a la dignidad del hombre es mucho más peligroso. Si no abandonamos la cultura de la muerte, la humanidad corre hacia su perdición. En este inicio del tercer milenio, la destrucción de la vida ya no es un hecho bárbaro, sino un progreso de la civilización. La ley se escuda en el pretexto de un derecho a la libertad individual para dar al hombre la posibilidad de matar al prójimo. El mundo puede convertirse en un auténtico infierno. No se trata ya de decadencia, sino de una dictadura del horror, de un genocidio programado cuyos culpables son los poderes occidentales. Este ensañamiento en contra de la vida representa una nueva etapa decisiva del ensañamiento contra el plan de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario