El príncipe tendrá que ser fuerte; no importa que no sea amado, si es temido. Debe perseguir, sin importar los medios, la grandeza del Estado, que para él es algo casi divino. El gobernante malo es aquél que dirige todos sus esfuerzos hacia su propio engrandecimiento; pero si la finalidad del empeño es la patria, no importa ya qué clase de medios e instrumentos se usen, todo es lícito y el príncipe es bueno, porque es patriota. Hay en Maquiavelo, dice la política y escritora mexicana Josefina Vázquez, una cierta identificación entre historia y política, puesto que es en esta última en donde el hombre logra su plenitud. La historia vuelve a ser la escuela del poder, algo práctico y útil. En el estudio de sus complicados procesos aprendemos en las experiencias ajenas, lo cual es posible porque hay siempre una repetición. Tal repetición se debe a que la índole humana es siempre la misma; por debajo de sus actitudes determinadas por la civilización subyace una esencia en el hombre, sus instintos de conservación y sus impulsos volitivos de dominio. De la limitación del hombre de desear siempre mucho y poder alcanzar poco surgen la violencia, el movimiento, del cual sobreviven sólo los más fuertes y mejor dotados, los héroes. Son éstos los que cumplen verdaderamente su destino, dominar sus impulsos para dirigirlos mediante el control de su voluntad racional. El hombre, pues, debe aspirar a realizarse en esta tierra.
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