“La ley, en democracia, garantiza a los ciudadanos la libertad de expresión; no les garantiza ni la infalibilidad, ni el talento, ni la competencia, ni la probidad, ni la inteligencia, ni la comprobación de los hechos, que están a cargo del periodista y no del legislador. Pero cuando un periodista es criticado porque falta a la exactitud o la honradez, la profesión ruge fingiendo creer que se ataca al principio mismo de la libertad de expresión y que se pretende “amordazar a la prensa”. El colega no ha ejercido, se oye decir, más que su oficio de informador. ¿Qué se diría de un dueño de restaurante que, sirviendo alimentos en malas condiciones, exclamara, para rechazar la crítica: “¡Oh!, por favor, dejadme cumplir mi misión alimenticia, ese deber sagrado»? ¿Acaso sois partidarios del hambre?”. En realidad, la mayoría de las gentes que crean periódicos u otros medios de comunicación lo hacen para imponer un punto de vista y no para buscar la verdad. Lo que ocurre es que vale más parecer buscar la verdad cuando se quiere imponer un punto de vista”, escribe Jean-François Revel, filósofo que fue miembro de la Academia francesa.
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