G. K. Chesterton escribe en El hombre eterno que “el peor juez de todos es el hombre que hoy día está más dispuesto a juzgar, el cristiano escasamente formado, que gradualmente se convierte en agnóstico agresivo, para terminar en una animadversión de la que nunca entendió el principio; frustrado por una especie de heredado aburrimiento hacia no se sabe qué, y causado ya de oír lo que nunca ha escuchado. No juzga el cristianismo serenamente, como lo haría un seguidor de Confucio, no lo juzga como lo haría el confucionismo. No es capaz, con un esfuerzo de imaginación, de situar a la Iglesia Católica a miles de kilómetros en el lejano horizonte y juzgarla con tanta imparcialidad como se juzga una pagoda china….Su anticlericalismo se ha convertido en una atmósfera de negación y hostilidad de la que no pueden escapar…..Sería más filosófico mirar fríamente a los bonzos que permanecer eterna e insustancialmente quejándose de los obispos. Sería preferible caminar junto a una iglesia como si se tratara de una pagoda, que quedarse parado junto a la entrada, incapaz de entrar y ayudar, o salir y olvidar……Soy imparcial en el sentido de que me daría vergüenza decir acerca del Lama del Tíbet estupideces tales como las que ellos dicen acerca del Papa, o tener tan poca comprensión con Juliano el Apóstata como la que ellos tienen con la Iglesia de Cristo. No, ellos no son imparciales. Ni por casualidad son capaces de mantener en equilibrio la balanza de la historia.”
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