La religión, en Grecia, era tan solo un hecho de procedimiento, sin contenido moral. A los fieles no se les pedía fe ni se les ofrecía el bien. Se les imponía solamente el cumplimiento de ciertas prácticas burocráticas. Y no podía ser de otro modo, visto que de contenido moral los mismos dioses tenían bien poco y no podía decirse ciertamente que ofreciesen un ejemplo de virtud. Con todo, fue la religión la que impuso aquellos fundamentales deberes sin los cuales ninguna sociedad puede existir. Convertía en sagrado, y por ende indisoluble, el matrimonio, moralmente obligatoria la procreación de hijos, y apremiante la fidelidad a la familia, a la tribu y al Estado. El patriotismo de los griegos estaba estrechamente ligado a la religión, y morir por el propio país equivalía a morir por los suyos y viceversa. Dice Indro Montanelli que es esto tan verdad que, cuando estos dioses fueron destruidos por la filosofía, los griegos, no sabiendo ya por quién morir, cesaron de combatir y se dejaron subyugar por los romanos, que todavía creían en los dioses.
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