9 de Thermidor del año noventa y cuatro, Robespierre fue arrestado por la Asamblea Nacional. En vano intentó aquel hombre tenso y colérico buscar aliados en el enorme recinto, de todas partes lo expulsaban las sombras de los héroes sacrificados por él. Se sentaba con un bando y se alzaba un clamor: “¡Levántate de allí, esa era la silla de Danton!” Al caer la tarde, Robespierre estaba preso y ya había sido condenado a recibir en su cuello la hoja fría que él había ofrecido a tantos hombres, a casi todos sus amigos. Pero aún sus decretos hacían estragos sobre Francia. La última carreta del Terror, ocupada por hombres que él había condenado, se puso en marcha rumbo a la guillotina, y nadie en la Asamblea se acordó de enviar la contraorden para evitar que murieran, víctimas de alguien que a esas horas ya estaba también condenado y era casi un fantasma. Y en esa última carreta del Terror, como se sabe, iba el poeta André Chénier, en plena juventud, condenado a morir menos por causa de la intolerancia que de la ironía y del absurdo. Es bueno recordar que la Revolución francesa mató a su poeta.
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