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Karl Popper |
Un mundo en el que los hombres sean libres e iguales sería el paraíso en la Tierra. Un mundo así es difícil de lograr; y obligados a escoger, debemos poner la libertad por encima de la igualdad. Porque la ausencia de libertad conduce a la más desastrosa de las desigualdades e injusticias, el despotismo. Pero la desigualdad no conduce necesariamente a la ausencia de libertad, dice Karl Popper.
La libertad por su propia naturaleza no es igualitaria, porque los seres vivos difieren en fuerza, inteligencia, valor, perseverancia y todo aquello que contribuye al éxito. La igualdad de oportunidades y la igualdad ante la ley (en el sentido legado a los israelitas por Moisés en el Levítico 24,22: “Un mismo estatuto tendréis para el extranjero, como para el natural; porque yo soy Yahweh, vuestro Dios”) no sólo son compatibles con la libertad sino inherentes a ella. No es así con relación a la igualdad de resultados. Ya que este tipo de igualdad, dice Richard Pipes, no existe en el reino animal ni tampoco entre los pueblos primitivos, debe considerársela antinatural, alcanzable sólo mediante la coerción, razón por la cual todos los sistemas utópicos presuponen un poder despótico y todos los déspotas insisten en la igualdad de sus súbditos. Como percibió Walzer Bagehot, no existe un método para lograr que los hombres sean, a un tiempo, libres e iguales.
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