El alma tiene alas, y las tiene para volar a Dios. Cuando el lodo del mundo cae sobre las alas, pesan tanto que no pueden levantarse ni cernerse en los aires. Pero cuando un soplo celeste las impulsa, vuelven a tomar su rumbo, y nos llevan a lo infinito, que es nuestra patria, que es el centro de nuestras almas. ¿Quién no ha sentido alguna vez ese misterioso y extraño éxtasis?
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