En la actualidad, las empresas químicas y farmacéuticas esperan poder usar las tecnologías de manipulación genética para eliminar por completo el trabajo en las granjas. El objetivo es convertir la producción de alimentos en un proceso completamente industrial haciendo desaparecer las organizaciones implicadas y el trabajo en la tierra, y pasar a cultivar a nivel molecular en las fábricas. Los biólogos Martin H. Rogoff y Stephen L. Rawlins prevén un sistema de producción de alimentos en el que los campos estarán plantados tan sólo con cosechas de biomasa perennes. Estas serán recolectadas y convertidas en soluciones azucaradas mediante el empleo de enzimas. Estas serán bombeadas a fábricas urbanas y usadas como fuentes de nutrientes para producir grandes cantidades de pulpa de los cultivos de tejidos celulares. La pulpa será, a continuación, reconstituida y fabricada en diferentes formas y texturas hasta reproducir formas tradicionales asociadas con productos “crecidos en el campo”. Rawlins afirma que las nuevas fábricas podrán ser altamente automatizadas y necesitarán muy pocos trabajadores.
La revista Food Technology resumía las ventajas económicas y tecnológicas de los planteamientos revolucionarios en la producción de alimentos: “Muchos de los sabores y productos que consumimos proceden de tierras remotas del globo, en las que la inestabilidad política de los gobiernos o los caprichos de la climatología producen problemas con la demanda, con los costes o con la calidad del producto, de temporada en temporada. En una planta de producción por cultivos de tejidos, todos los parámetros… pueden ser controlados”.
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