En nuestros días todos se quejan del peso de los compromisos y los deberes triviales que les impiden dedicarse a algún otro asunto más elevado; y, no obstante, no hay duda de que, si se ocupasen de esos asuntos más altos, serían capaces de liberarse de los compromisos, repudiándolos de forma tan natural como el respirar. Nunca se verían sorprendidos diciendo que no tienen tiempo para dedicarse a ellos, pues hasta el hombre más obtuso es consciente de que precisamente para eso es para lo único que hay tiempo. Ningún hombre que actúe guiado por el sentido del deber sitúa un minúsculo deber por encima de uno más grande.
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