En Holanda, en París y Amberes y en otras ciudades, el antagonismo y la incomprensión entre la población nativa local y una minoría musulmana en rápido crecimiento (un millón en Holanda, más de cinco en Francia, quizá trece millones en toda la Unión Europea hasta la fecha) ya han pasado de las pintadas y de los guetos a los incendios provocados, los ataques y los asesinatos. Desde los años sesenta han llegado a Europa occidental turcos, marroquíes, tunecinos, argelinos y otros. Ahora estamos ante la tercera generación de emigrantes: muchos de ellos desempleados, enfurecidos, ajenos a sus sociedades y cada vez más receptivos al atractivo comunitario del islam radical.
Durante casi cuatro décadas, dice el profesor Tony Judt, los políticos de los principales partidos europeos ignoraron todo esto: el impacto de las viviendas segregadas de hecho, las comunidades aisladas no integradas y el creciente número de votantes blancos resentidos y temerosos, convencidos de que el barco estaba lleno. Han hecho falta Jean-Marie Le Pen, el político holandés asesinado Pim Fortuyn y la aparición de gran número de partidos demagógicos contra los inmigrantes, de Noruega a Italia, para que Europa se dé cuenta de la crisis.
Europa también tiene una gran presión sobre sus fronteras exteriores.Refugiados e inmigrantes atraídos por una gran oportunidad llamada la Unión Europea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario