Cuando la gran crisis religiosa prendía hogueras en Occidente y no solamente en las portadas a todo color de las revistas sensacionalistas se proclamaba “Dios ha muerto”, aparecería en contadas ocasiones, en medio de una procesión de sectarios, herejes y renegados, un fenómeno humano muy curioso y atrayente: el del sacerdote ateo.
El sacerdote que no cuelga los hábitos, que no abandona la congregación a la que ha jurado fidelidad, que no predica la negación de Dios. Sigue siendo sacerdote, cumple con sus obligaciones de forma correcta, escucha la confesión y celebra la misa, guarda el secreto de confesión y predica la palabra de Dios. Vive su vida así, conservando su condición de sacerdote,sin ninguna señal externa de conflicto, recibe la extremaunción y llega a la tumba con la bendición de su Iglesia. ¿Por qué? Porque una vez se comprometió con un juramento.
Se produce el mismo fenómeno dentro del sistema religioso inmanente de los comunistas. Hay comunistas creyentes que un día se enteran de que la deidad a quien han jurado fidelidad no existe. La respuesta que dan a ese sorprendente descubrimiento varía según los casos. Algunos de ellos interpretan el melodrama que empieza por “¡Escúpeme en la cara, compañero!”, y se confiesan siguiendo la pauta de las novelas rusas. Otros se convierten en ex, rentabilizan su desengaño como un reaseguro existencial, se pasan al otro lado y se ponen a instruir, con empeño y diligencia, a los que nunca fueron comunistas, explicándoles las equivocaciones que ellos mismos cometieron en su época de tales. Los ex nunca entienden al comunista ateo, al que no cree en nada pero permanece en su lugar, aun sabiendo que erró al hacer su juramento (porque hay personas que a lo largo de la vida hacen un único juramento). Los comunistas ateos siguen siendo miembros del Partido, cumplen con su deber, no denuncian.
San Anselmo de Canterbury, casi de manera profética, describió con antelación lo que nosotros vemos hoy en un mundo contaminado y con un futuro incierto: “Todas las cosas se encontraban como muertas, al haber perdido su innata dignidad de servir al dominio y al uso de aquellos que alaban a Dios, para lo que habían sido creadas; se encontraban aplastadas por la opresión y como descoloridas por el abuso que de ellas hacían los servidores de los ídolos, para los que no habían sido creadas”. Así el establo del mensaje de Navidad representa la tierra maltratada. Cristo no reconstruye un palacio cualquiera. Él vino para volver a dar a la creación, al cosmos, su belleza y su dignidad: esto es lo que comienza con la Navidad y hace saltar de gozo a los ángeles.
Los métodos ni a las personas, al volverse ateos no desacreditan a nadie; como mucho, se acusan a sí mismos porque no pueden perdonarse no haber tenido fuerza suficiente para crear al Dios que ,ya lo saben,no existe.
Ocurrió entre los jesuitas.Pero el caso es que esta deserción comenzó cuando dejaron de rezar. Empezaron por el breviario y terminaron celebrado misas de diez minutos. Esto hizo sufrir a los auténticos jesuitas que se habían mantenido fieles al carisma de la orden fundada por San Ignacio (Ricardo de la Cierva).
El padre Vincent McCorry, columnista durante años en America y luego excluido de ella, envió una carta al director de NJN rebosante de pesimismo. Había escrito un artículo para su antigua revista en que proponía la división de la Orden en dos, para que cada miembro siguiera su línea, lo mismo que habían intentado poco antes los jesuitas ignacianos españoles. Ahora, en la carta de NJN, manifestaba sus deseos de abandonar la Orden y terminaba así: “Las sombras se alargan y empieza una noche que no tendrá aurora”. Antes de esa profecía, que por desgracia se va cumpliendo inexorablemente, hablaba de la Compañía de Jesús como “mi madre a quien han violado”. Otro lector de la banda contraria le contestó a vuelta de correo: "No la han violado, se ha ido con otro". El padre Thomas M. Curran, que fue director de estas dos revistas a la vez, no tardó en dejar la Compañía de Jesús (Ricardo de la Cierva).
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