“Aunque la democracia sea, en definitiva formulación de Abraham Lincoln en 1865 en Gettysburg, “el gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo”, nadie desconoce que en el seno de la misma se mueven elementos, factores y segmentos de clara diferenciación y supremacía de unos hombres sobre otros, porque ésa es la condición humana, lo mismo en tiempos de Pericles, que atribuía a unos pocos la alta misión de elaborar las políticas, que en los de Schumpeter, para quien el gobierno democrático no es la ausencia de élites, sino la lucha entre éstas por el acceso al poder; y es que, en palabras de Charles Taylor, “la democracia occidental jamás estuvo escrita en los genes”. Otro tanto ocurre en relación con los hoy justamente omnipresentes derechos humanos, porque los mismos no dan lugar a una igualación obligatoria y esterilizante, sino tan sólo a la exigencia de unas condiciones que permitan a los hombres partir de una plataforma común (el principio de igualdad de oportunidades), y luego sean su capacidad, su esfuerzo y su legítima ambición los que den lugar a escalar las distintas posiciones que los mismos adquieran en la vida (no hay mayor desigualación y mayor imposible que intentar igualar forzadamente a todos los hombres)”, escribe Angel Cristóbal Montes que fue catedrático de Derecho Civil de la Universidad de Zaragoza.
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