Christopher Lasch describió el progreso como “una versión secularizada de la creencia cristiana en la providencia”. Es característicamente cristiano ver la historia en términos lineales, comenzando con la creación y luego bajo la forma de un combate moral ascendente que concluye con una gran revelación y el fin de todo pecado y sufrimiento. La principal razón por la que no vemos el progreso inmediatamente como algo específicamente cristiano es porque hemos eliminado su parte espiritual. El progreso nos dice que ya no necesitamos el relato cristiano. Ya no necesitamos una visión sustantiva del bien. Ya no necesitamos a Dios, el alma o el más allá. Pero el progreso sigue la estructura lineal cristiana. La historia es un relato con un principio, un nudo y un desenlace; la creencia de que nos dirigimos de un lugar a otro, y de que el final es, en cierto sentido, mejor que el principio. Estar en el lado correcto de la historia es estar contribuyendo a este movimiento hacia delante; ir a alguna parte, normalmente a alguna parte mejor. Y el punto final, el lugar último, es también el mejor lugar. Es decir, el punto en el que todo lo que está mal en el mundo se ha resuelto. Esto se parece mucho a la idea cristiana del cielo. Pero si secularizamos el relato cristiano, nos encontramos con un problema. Si renunciamos a la muerte, al juicio, al cielo y al infierno, ¿dónde puede realizarse aquel cielo que es el fin del progreso? La única opción que nos queda es intentar realizar el cielo en la tierra, en la historia, lo que Eric Voegelin llamó “inmanentizar el eschaton”, manifiesta Mary Harrington en una conferencia celebrada en Barcelona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario