San Agustín distingue alma espiritual y cuerpo material (y mortal). El cuerpo no es, como en Platón, la cárcel del alma, pero esta ha sido afectada por una tendencia al mal a causa del pecado original. Esto significa que el cuerpo tiene más fuerza de obligar de lo que en principio debiera tener según los planes originales del Creador. No obstante, eso no significa que seamos esclavos de las pasiones y deseos del cuerpo. Para san Agustín la libertad puede vencer esa tendencia al mal que se deriva de esa extraordinaria tiranía del cuerpo (o esa debilidad del alma, como se quiera ver). Pero esa libertad subjetiva de cada cual (el libre albedrío) necesita de una ayuda, de una fuerza suplementaria que actúe en sentido contrario de esa fuerza de obligar del cuerpo, la gracia. Pero no se puede estar en gracia de Dios si desde el fondo último de la libertad de cada cual no proviene una intención clara, inequívoca y auténticamente esforzada por hacer lo correcto, por no dejarse vencer por las tentaciones. Lo bueno y lo malo son asuntos de la voluntad y no del conocimiento/ignorancia (frente al intelectualismo moral de Sócrates, Agustín considera que se puede hacer el mal completa y perfectamente a sabiendas). A diferencia de lo que pensaban los maniqueos, no existe un principio tiránico del mal. El mal es una privación, una ausencia, un defecto, un no-ser. Pero un no-ser del que se puede tener perfecta conciencia de su maldad.
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