Según The Economist, los mayores desafíos actuales (la guerra de Ucrania, la competencia con China, el aumento de la migración en el Mediterráneo, la gestión del cambio climático) son geopolíticos. Esto ha supuesto que Europa vuelva su mirada a la geografía, después de años en los que no pensaba para nada en ampliaciones. La última nación que ingresó en la UE fue Croacia, en 2013, y la penúltima, Rumanía, en un ya lejano 2007. Es posible que los franceses y los albanos no estén totalmente de acuerdo en los rasgos civilizadores que comparten, pero saben que comparten el mismo trozo de roca euroasiática. En estos momentos, eso parece más importante.
Los dirigentes europeos consideran que las diversas ampliaciones de la UE han sido las mejores decisiones políticas de la institución, por encima de grandes proyectos como la introducción del euro o el mercado único. Grecia, Portugal y España se incorporaron después de décadas gobernados por dictaduras. Entre 2004 y 2007 el bloque acogió a una docena de nuevos miembros, la mayoría de los cuales habían sufrido el yugo soviético. El hecho de que las fronteras de la UE se extiendan hasta Polonia, la República Checa, Eslovaquia y Hungría ha facilitado la ayuda a una Ucrania agredida bélicamente por Rusia. Las ampliaciones son historias de éxito y dan pie a la esperanza para otras futuras. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, hasta ahora escéptico con la expansión, ha rectificado y la apoya. Lo mismo ocurre en Berlín. La guerra en Ucrania ha provocado el cambio, por los miedos que desata. El desafío es espectacular porque llaman a la puerta Bosnia, Serbia, Kosovo, Macedonia, Albania, Montenegro, Moldavia, Georgia y, sobre todo, Ucrania. La fecha de 2030 es una de las que se manejan para empezar la ronda de acogidas.
The Economist recuerda que los líderes comunitarios no llegaron a definir la identidad europea hasta 1973, cuando invocaron los valores de sus órdenes jurídico, político y moral y se comprometieron a conservar la rica variedad de sus culturas nacionales. Dado que los valores eran universales (la democracia, el principio de legalidad, la libertad de conciencia y el respeto a los derechos humanos, entre otros) y las culturas diversas, no había una razón fundamentada para mantener a Europa del Este fuera tras la caída del comunismo. La adhesión a la UE se convirtió, en teoría, en una cuestión de criterios técnicos. Lo mismo ocurre ahora. Una Europa mayor y mejor es factible.
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