La complejidad social en entornos liberal-democráticos genera amplias oportunidades para que surjan discretas e imperceptibles disidencias antisistema, indetectables para unos mecanismos de control social muy deteriorados o inexistentes y unas fuerzas de seguridad sobrecargadas que priorizan lo urgente frente a lo importante. En este caso, el problema no es tanto la desafección ideológica por parte de los desafiadores respecto del sistema, sino la perspectiva de rentabilizar la violencia como instrumento para imponerse en una sociedad fracturada e internamente inconexa.Las probabilidades de que,en sociedades como las occidentales, con tan variadas dispares sensibilidades sociales y culturales emerjan actores que exploren la violencia como una opción estratégica,no es despreciable,escribe Óscar Jaime Jiménez, profesor de Sociología en el Departamento de Tendencias Sociales de la Universidad Nacional de Educación a Distancia.
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