Escribe Fernando Ocáriz que “la amistad verdadera es en sí misma un valor, no es medio o instrumento para conseguir ventajas en la vida social, aunque pueda tenerlas (como también puede acarrear desventajas). La amistad tiene un valor intrínseco, porque denota una preocupación sincera por la otra persona. Es un diálogo, en el que damos y recibimos luz; en el que surgen proyectos, en un mutuo abrirse horizontes; en el que nos alegramos por lo bueno y nos apoyamos en lo difícil; en el que lo pasamos bien, porque Dios nos quiere contentos. Cuando una amistad es así, leal y sincera, no cabe instrumentalizarla; sencillamente un amigo desea transmitir al otro el bien que experimenta en su vida. Habitualmente lo haremos sin darnos cuenta, mediante el ejemplo, la alegría y un deseo de servir que se expresa en mil pequeños gestos.”
“La amistad significa alegría, pero también sufrimiento, enfermedad, fallecimientos, decepciones, crisis vitales, conflictos familiares… Como decía san Pablo VI “el arte de amar se cambia con frecuencia en arte de sufrir”. Es la otra cara de la moneda de la amistad y acompañar en esos momentos, prueba de su autenticidad……La compasión es creativa y expresa el deseo de “apropiarse” del sufrimiento del amigo para hacérselo más ligero; palabras, silencios, escucha, gestos, presencia, recuerdo, ofrecer una oración, un servicio.”
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