“Los juicios y los prejuicios, explicaba el Papa Francisco en su viaje a Eslovaquia, solo aumentan la distancia. Los conflictos y las palabras fuertes no ayudan. Encerrar a las personas en un gueto tampoco resuelve nada. Cuando se alimenta la segregación, tarde o temprano estalla la ira. El camino para una convivencia pacífica es la integración. Es un proceso orgánico, lento y vital, que comienza con el conocimiento mutuo, avanza con paciencia y mira hacia el futuro. ¿Y a quién pertenece el futuro? A los niños. Ellos son nuestros guías. Sus grandes sueños no pueden romperse contra nuestras barreras. Quieren crecer junto con los demás, sin obstáculos ni exclusiones. Merecen una vida integrada y libre”. Por ellos "hay que tomar decisiones valientes, por su dignidad, por su educación, para que puedan crecer bien arraigados en sus orígenes pero al mismo tiempo sin que queden excluidos de cualquier posibilidad”.
El Papa Francisco recomendaba que no escuchen a los que "hablan de sueños", pero "venden ilusiones". “Cada uno de nosotros es único y está en el mundo para sentirse amado en su singularidad y para amar a los demás como nadie puede hacerlo en su lugar. Nadie vive sentado en el banco para ser el suplente de otro. No, cada uno es único a los ojos de Dios. Y no se dejen homologar; no estamos hechos en serie, somos únicos y libres, y estamos en el mundo para vivir una historia de amor con Dios, para vivir la audacia de abrazar elecciones fuertes, para aventurarnos en el maravilloso riesgo de amar”. “No banalicemos el amor porque el amor no es solo emoción y sentimiento, en todo caso, ese es el comienzo. El amor no es tenerlo todo y de inmediato, no responde a la lógica de los descartables. El amor es fidelidad, don, responsabilidad. Hoy la verdadera originalidad, la verdadera revolución, es rebelarse contra la cultura de lo provisorio, es ir más allá del instinto y más allá del instante, es amar para toda la vida y con todo lo que uno es”.
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