El análisis del pecado en su dimensión originaria indica que, por parte del “padre de la mentira” se dará a lo largo de la historia de la humanidad una constante presión al rechazo de Dios por parte del hombre, hasta llegar al odio: “Amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios” como se expresa San Agustín (cfr De civitate Dei 14,28). El hombre será propenso a ver en Dios ante todo una propia limitación, y no la fuente de su liberación y la plenitud del bien. Esto lo vemos confirmado en nuestros días, en los que las ideologías ateas intentan desarraigar la religión basándose en el presupuesto de que determina la radical “alienación” del hombre, como si el hombre fuera expropiado de su humanidad cuando, al aceptar la idea de Dios, le atribuye lo que pertenece al hombre y exclusivamente al hombre. Surge de aquí una forma de pensamiento y una praxis histórico–sociológica donde el rechazo de Dios ha llegado hasta la declaración de su “muerte”. Esto es un absurdo conceptual y verbal (S. Juan Pablo II, Dominum et Vivificantem, n. 38).
No hay comentarios:
Publicar un comentario