miércoles, 23 de diciembre de 2020

Un poema caballeresco

Philippe-Henri de Ségur.


Philippe-Henri de Ségur era descendiente de una familia de origen hugonote que se había distinguido sirviendo a Enrique IV, el marqués había abrazado la carrera militar destacando por su extraordinaria fuerza física y su excepcional valor. En la sangrienta batalla de Rocoux había recibido una herida de bala en el pecho y, durante el asedio de Lawfeld, a pesar de tener un brazo destrozado por un disparo de arma de fuego, había permanecido al frente de su regimiento conduciéndolo a la victoria. La pérdida del brazo no le impidió participar en la guerra de los Siete Años, ser nuevamente herido en la batalla de Clostercamp y acabar como prisionero de los prusianos. Diderot cuenta en una carta a Sophie Volland fechada el 6 de noviembre de 1760 que “Los dos ejércitos estaban ahora muy cerca el uno del otro. El marqués de Ségur estaba a punto de que lo mataran. El joven príncipe (prusiano) oye su nombre y corre en su ayuda. Ségur, ignaro, lo ve a su lado, lo reconoce y le grita: “Príncipe, ¿qué hacéis aquí? ¡Mis granaderos se encuentran a veinte pasos y van a disparar!”. “Señor”, le responde el joven príncipe, “he acudido al oír vuestro nombre para impedir que esta gente os mate”. Mientras hablaban, los dos ejércitos entre los que se encontraban hicieron fuego al mismo tiempo. Ségur sale del paso con dos sablazos y queda prisionero del joven príncipe que, mientras tanto, se ha visto obligado a retirarse. ¿No os asombra la generosidad de estos dos hombres, cada uno de los cuales ve solo el peligro que corre el otro, y que se olvidan de sí mismos hasta el punto de que si no los matan en ese mismo momento es por puro milagro?”. 


Anne-Madeleine de Vernon

De vuelta en Francia, Ségur había encontrado la forma de aumentar su modesto patrimonio llevando al altar a una huérfana de quince años con una conspicua dote y heredera de vastas propiedades en la isla de Santo Domingo. Anne-Madeleine de Vernon, que no era bonita, pero sí muy atractiva, demostró ser enseguida una excelente esposa y, al morir su suegro, no dudó en acoger a la madre de su marido, uniéndose estrechamente a ella y animando con su ayuda un salón frecuentado por grandes aristócratas, notables y literatos. La marquesa aseguró así la continuidad de la estirpe trayendo al mundo a dos varones. El mayor, Louis-Philippe, nació en 1753 y el menor, Joseph-Alexandre, tres años más tarde.


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