Cuenta el cardenal Robert Sarah que la Iglesia Católica ha luchado siempre por reducir la miseria material y espiritual de los pueblos. La red de las 165 Caritas repartidas por el mundo; las estructuras y organizaciones caritativas católicas, como la Orden de Malta, deseosas de inspirarse en el Evangelio; el compromiso de la Iglesia en el ámbito educativo y sanitario en defensa de la dignidad de la persona humana; la buena voluntad puesta al servicio de los más pobres, forman un ejército incomparable que trabaja para aliviar las miserias. Dios nos ha concedido lograr una labor caritativa excepcional en favor de los más débiles.Desde sus orígenes, la Iglesia ha optado siempre por llegar a todos los rincones del mundo para ayudar a los hombres que no poseen nada.
Santos que han dado su vida por los más pobres de los pobres. San Vicente de Paúl, san Juan Bosco, san Daniel Comboni o la madre Teresa de Calcuta pensaban en aquellos que no le importan a nadie. No puedo olvidar, dice el cardenal Sarah, a los grandes santos que ha enviado Dios para morir con los pobres, como el padre Damián. San Damián Josef de Veuster, que llegó a Molokai, en las islas Hawai, el 10 de mayo de 1873, se ofreció voluntariamente para ser la presencia de Dios en medio de los leprosos, que los demás no querían ni ver. Sabía perfectamente que no tenía ninguna oportunidad de salir con vida de aquella aventura. Después de diez años de misión entre esos seres desgraciados, encerrados como ganado condenado al matadero, enfermó de lepra, que fue royéndole hasta destruirle inevitablemente. Pero él había elegido entregarlo todo a los moribundos de Molokai por amor a Dios. Totalmente consumido por la lepra, celebró su última misa el 28 de marzo de 1889, unos días antes de marchar al Padre de toda misericordia.
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