Gilbert Keith Chesterton opinaba que “cierto es que no existe, como se imaginan los pacifistas y los necios, la menor inconsecuencia entre amar a los hombres y combatir contra ellos, mientras se les combata noblemente y por una causa justa”.
San Francisco de Asis |
Escribe Chesterton en su biografía de San Francisco de Asís que “cabalgaba (San Francisco), indiferente al parecer, por algún sendero apartado, a campo abierto, cuando vio acercársele una persona, y se detuvo, pues se trataba de un leproso. Y conoció en el acto que estaba puesto a prueba su valor, no como lo hace el mundo, sino como lo haría quien conociese los secretos del corazón humano. Lo que vio, avanzando, no era el estandarte y las espadas de Peruggia, ante los que jamás retrocedió; ni los ejércitos que peleaban por la corona de Sicilia, de los que siempre pensó lo que un hombre valiente de un vulgar peligro. Francisco Bernardone vio que su miedo avanzaba hacia él por el camino; el miedo que viene de dentro, no de fuera, aunque se irguiera, blanco y horrible, a la luz del sol. Por una sola vez, en el largo correr de su vida, debió de sentir su alma inmóvil. Luego, saltó de su caballo, sin transición entre la inmovilidad y el ímpetu, corrió hacia el leproso y le abrazó. Era el principio de su vocación en el largo ministerio cerca de los leprosos, a quienes prestó servicios muy señalados; dio a aquél todo el dinero que pudo; montó, luego, y partió. No sabemos hasta dónde llegó, ni cuál fue su pensamiento acerca de las cosas que le rodeaban; pero se dice que, al volver la cabeza, no vio a nadie en el camino”.
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