El filósofo Marcuse, en Eros y Tánatos, enseña que los nuevos ingenieros sociales han hallado la fórmula de imponer una nueva forma de tiranía que ya no necesite los métodos de represión violenta. Y esa fórmula, que Marcuse denomina “desublimación represiva”, consiste en debilitar la energía libidinal del ser humano, mediante formas de falsa liberación sexual entre las que ocupa un lugar preferente la infestación pornográfica, que las nuevas tecnologías han hecho posible.
La pornografía causa estragos en los adultos; quizá, incluso, más irreparables aún que en los niños, porque las heridas del alma cicatrizan más penosamente a medida que nos hacemos más viejos. No hace falta sino reparar en la incapacidad creciente de nuestra época para las relaciones fecundas y duraderas; no hace falta sino reparar en el auge de esas ‘aplicaciones para ligar’, que no son sino el desaguadero de una sexualidad compulsiva y bestial, alimentada por el consumo de pornografía, manifiesta en un artículo el escritor Juan Manuel de Prada.
Decía Chesterton que cuando la sexualidad es tratada como si se tratara de una función fisiológica básica, como el comer o el dormir, acaba convirtiéndose en una fuerza arrasadora que nos destruye; y que, de paso, destruye a quienes nos rodean. Añade Jose Manuel de Prada que el consumo compulsivo de pornografía está modelando personas taradas, cada vez más egoístas y psicopáticas, cada vez más incapacitadas para la expresión de los afectos y la aceptación de los compromisos; personas que, además de condenarse a largo plazo a la soledad y la angustia, están arruinando sus matrimonios y devastando a sus familias.
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