El profesor Gerardo Castillo Ceballos, profesor emérito de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra, escribía recientemente en un artículo que todo hombre se pregunta a sí mismo cuál es el sentido de su existencia. Necesita encontrar razones para vivir. El sentido de la vida es resultado de un proceso que se inicia con la socialización primaria en el ámbito familiar. ¿Qué pasa cuando ese proceso se detiene? Pasa que se corre mucho riesgo de caer en el pozo de una crisis existencial. Al ver que su existencia está desposeída de un significado que la haga digna de ser vivida, el hombre siente un vacío interior y una frustración que le angustia.
La cultura del posmodernismo sustituyó lo consistente por lo banal. Es una cultura decadente que provocó en el hombre un nuevo individualismo que sólo se atiene a la “ley del deseo”. Esta “ley” establece que cualquier cosa que yo haga es buena si la deseo hacer. Lo que le daría garantía de bondad es que emana directamente de mi deseo; por ese simple hecho quedaría justificada en sí misma, sin que sea necesario un contraste con la norma moral. La única norma es la ausencia de toda norma. En esto consiste la “moral de la tolerancia”. El hombre que acepta esa pseudocultura frena su “voluntad de sentido” (V. Frankl), ya que se transforma en un narciso hedonista.
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