No se puede vivir en constante conflicto consigo mismo, no se puede estar en guerra permanente con uno mismo. Si la fe no cesa de reprocharnos un comportamiento al que no estamos dispuestos a renunciar, tenemos que terminar por firmar la paz con nosotros mismos, por muy artificial que esa paz sea. Entonces, como prenda de esa paz, tenemos que entregar algo, y si no es nuestro comportamiento, será nuestra fe; luego, trataremos de convencernos de que esa fe era falsa, una mentira.
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