Monseñor Mauro Longhi, perteneciente a la Prelatura del Opus Dei, ha revelado lo que a continuación se narra en una conferencia organizada el pasado 22 de octubre.
Monseñor Longhi narra que en las excursiones que realizaba a la montaña con San Juan Pablo II, vio por las noches como el Papa se arrodillaba ante el Tabernáculo durante horas y pudo oír, tanto Monseñor Longhien como quienes vivían allí, hablar al Papa con el Señor o con la Virgen María.
Cuenta Mons. Longhi: “Tiene el don de la visión”, me confió Andrzej Deskur. Le pregunté qué quería decir. “Habla con Dios encarnado, Jesús, ve su rostro y también el rostro de su madre”. ¿Desde cuando? “Desde su primera misa, el 2 de noviembre de 1946, durante la elevación de la hostia. Estaba en la cripta de San Leonardo, en la catedral de Wawel, Cracovia; allí es donde celebró su primera misa, ofrecida en sufragio por el alma de su padre”.
Monseñor Longhi añade que esos ojos de Dios que se fijan sobre Wojtyla cada vez que éste eleva el cáliz y la hostia, se puede intuir leyendo la última encíclica de Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia. En ella, en el número 59 de la Conclusión, precisamente mientras el Papa polaco recuerda el momento de su primera misa, él mismo acaba desvelando el misterio que lo ha acompañado toda la vida: “Mis ojos se han fijado en la hostia y el cáliz en los que, en cierto modo, el tiempo y el espacio se han “concentrado” y se ha representado de manera viviente el drama del Gólgota, desvelando su misteriosa “contemporaneidad”.
La conferencia está colgada en YouTube; a partir del minuto 48 se puede ver el pasaje que a continuación relato:
Los dos están apoyados a una roca, uno frente al otro,
grupo. Le miré pensando que tal vez necesitaba algo; él se dio cuenta de mi mirada, le temblaba la mano, era el inicio del Parkinson. “Querido Mauro, es la vejez..”, y yo dije de inmediato: No, Santidad, ¡usted es joven!. “¡No es verdad! ¡Digo que soy viejo porque lo soy!”. Entonces Wojtyla cambió el tono y la voz, continúa Mons. Longhi, y haciéndome partícipe de una de sus visiones nocturnas, me dijo: “Recuérdaselo a quienes encontrarás en la Iglesia del tercer milenio. Veo a la Iglesia afligida por una plaga mortal. Más profunda y dolorosa que las de este milenio”, refiriéndose a las plagas del comunismo y el totalitarismo nazi. “Se llama islamismo. Invadirán Europa. He visto a las hordas venir, de Occidente a Oriente”, y me describe uno a uno los países, desde Marruecos a Libia a Egipto, y así hasta la parte oriental. El Santo Padre añade: “Invadirán Europa. Europa será un sótano lleno de antiguallas, penumbra y telarañas. Recuerdos de familia. Vosotros, la Iglesia del tercer milenio, deberéis contener la invasión. Pero no con las armas, las armas no bastarán, sino con vuestra fe vivida íntegramente”.
No es una coincidencia que en la ya olvidada Exhortación Apostólica de 2003, Ecclesia in Europa, Juan Pablo II hablara claramente de una relación con el islam que debía ser “correcta”, que debía llevarse a cabo con prudencia, con
El Papa, con Yasir Arafat. |
ideas claras sobre sus posibilidades y límites, siendo conscientes de la “notable diferencia entre la cultura europea, con profundas raíces cristianas, y el pensamiento musulmán”. Aunque con el lenguaje propio de un documento magisterial, por naturaleza contenido, parecía que el Santo Padre implorase la instauración de un conocimiento del islam “objetivo”. Un paradigma y una sensibilidad, por lo tanto, claros e inequívocos, sobre todo si se considera otro pasaje de Ecclesia in Europa, aquel en el que el Papa Wojtyla, tras deplorar “la frustración de los cristianos que acogen” y que, en cambio, en muchos países islámicos ven cómo se “les prohíbe todo ejercicio del culto cristiano”, habla de los flujos migratorios y llega incluso a desear la “firme represión de los abusos”.
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