sábado, 18 de noviembre de 2017

La bella muerte del guerrero.

Como señaló Redfield, en su libro La tragedia de Héctor, “Todos los hombres nacen para morir, pero solo el guerrero debe enfrentarse a este hecho en su vida social, puesto que solo cumple con sus obligaciones haciendo frente a los que buscan su muerte. La comunidad se asegura mediante el combate, que es la negación de la comunidad. Esto genera una contradicción en el papel del guerrero. Su comunidad lo mantiene y lo envía a su propia destrucción. En nombre de la comunidad él debe abandonarla y penetrar en el reino de la fuerza. El guerrero solo protege al mundo humano contra la fuerza gracias a que él mismo está obligado a utilizar y sufrir la fuerza”.

La muerte clausura la vida heroica como un telón sombrío,
Viriato, héroe de Hispania
que cae de golpe antes o después. Pero lo que ilumina la existencia del héroe es el empeño en realizar lo aparentemente sobrehumano, arriesgando la vida por amor a la gloria, sin reparar en la muerte, que siempre amenaza y acaba llegando, inevitable y definitiva, dice el escritor Carlos García Gual.


Jean Pierre Vernant ha comentado la “bella muerte” del guerrero, ese que, joven y firme, al morir combatiendo por la patria en la vanguardia del combate, ejemplifica el valor heroico. Incluso cuando queda tendido en tierra, su cadáver hermoso y ensangrentado es un paradigma del máximo valor y la virtud guerrera a los ojos de sus conciudadanos. La muerte le llega a menudo, al héroe solitario, de manera inesperada, en una emboscada o en un lance fatídico, y atrás quedan para la memoria sus triunfos.

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