G. K. Chesterton escribe que “el principio primordial de que, con todo, el solo hecho de existir es un privilegio invaluable y maravilloso. Aquello era ni más ni menos que lo que ahora expresaría diciendo que hemos de alabar al Señor por habernos creado de la nada, pero entonces lo vertí en un librillo de poemas, hoy felizmente inencontrable, en el que describía (por ejemplo) a un bebé nonato que prometía ser bueno con tal de que le dejaran sencillamente ser lo que fuera, o en el que preguntaba qué terribles transmigraciones o martirios había tenido que padecer antes de mi nacimiento para ser considerado digno de contemplar una planta de diente de león. En suma, pensaba entonces, como sigo pensando hoy, que el solo hecho de existir por un breve instante y poder ver la blanca luz del día proyectada en un muro gris, debiera bastar para refutar el pesimismo de aquella época”.
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