En la pornografía todos los cuerpos se asemejan. También se descomponen en partes corporales iguales. Despojado de todo lenguaje, el cuerpo queda reducido a lo sexual, que no conoce ninguna diferencia aparte de la sexual. “El cuerpo pornográfico, escribe Byung-Chul Hanha, filósofo y profesor de la Universidad de Berlín, dejado de ser escenario, teatro suntuoso, la fabulosa superficie de inscripción de los sueños y las divinidades. No narra nada. No seduce. La pornografía lleva a cabo una eliminación de la narrativización y de la expresión lingüística, ya no solo del cuerpo, sino de la comunicación en general. En eso consiste su obscenidad. No es posible jugar con la carne desnuda. El juego necesita una apariencia, una falacia. La verdad desnuda y pornográfica no permite ningún juego, ninguna seducción. También la sexualidad, si se la toma como prestación, reprime toda modalidad lúdica. Se vuelve totalmente maquinal. El imperativo neoliberal de rendimiento, atractivo y buena condición física acaba reduciendo el cuerpo a un objeto funcional que hay que optimizar”.
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