Platón veía claramente que una comunidad ideal debía tener un nivel de vida material común, y que la riqueza desaforada o los deseos y los placeres inmoderados nada tenían que ver con que éste fuera satisfactorio. El bien era lo necesario, y lo necesario no era, esencialmente, contar con muchos bienes. Como Aristóteles, Platón deseaba un modo de vida que no fuese ni de privaciones ni de lujo. Quienes hayan leído algo sobre la historia de Grecia comprobarán que este ideal ateniense de la vida buena se encuentra simbólicamente a mitad de camino entre Esparta y Corinto, entre las ciudades que, respectivamente, asociamos con una vida militar dura y con un esteticismo suave y extremadamente sensual. ¿Deberíamos moderar nuestras necesidades o incrementar la producción? Platón no veía dificultades en responder a esta pregunta. Mantenía que un hombre razonable moderaría sus necesidades y que si desease vivir como un buen granjero o como un buen filósofo, no intentaría imitar los gastos de un vulgar jugador que acabase de hacer un buen negocio con el trigo, o los de una vulgar cortesana que acabase de conquistar a un vulgar jugador que acabase de hacer un buen negocio con el trigo. La riqueza y la pobreza,afirmaba Platón,son las dos causas del deterioro de las artes. Es probable que, bajo el influjo de la una o de la otra, tanto el trabajador como su trabajo degeneren, “porque la una engendra la molicie, la holgazanería y el amor a las novedades; y la otra este mismo amor a las novedades, la bajeza y el deseo de hacer el mal”.
Platón se dio cuenta de que la posesión de bienes no era un medio para alcanzar la felicidad, sino más bien un esfuerzo por compensar una vida espiritualmente empobrecida.
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