La economía también ha cambiado, dice Carlo Bordon, ha tenido que adaptarse a los tiempos y soportar el peso de la crisis de la modernidad. Los músicos han cambiado, sí, pero, como se dice popularmente, la tonada que suena es la misma. No sólo se trata de una economía posindustrial, que perdió por el camino las características singulares de un sistema que estaba basado en las fábricas, en las grandes plantas productoras, en la concentración, en las inversiones a largo plazo y en el mantenimiento de la fidelidad de la mano de obra, sino que es, además, una economía poscapitalista, en el sentido de que el capitalismo ha perdido sus estrechos vínculos con el mundo del trabajo. También se ha desmaterializado; por así decirlo, se ha liberado de las grandes inversiones, de los grandes proyectos industriales con los que estaba comprometida a largo plazo, y ha puesto sus miras en los mercados financieros, que se encuentran en un lugar virtual, carente de una ubicación geográfica, pero que se mueven con libertad en niveles más altos, por encima de los territorios y de las cosas terrenales, con una movilidad frenética, instantánea, reactiva a cualquier señal de cambio…..La inversión rentable a largo plazo en el sector industrial ya no depende de la valentía, la inventiva y la liquidez financiera, sino de factores externos como, por un lado, la vertiginosa obsolescencia de la tecnología utilizada y, por el otro, la inestabilidad de los mercados, las bolsas, los bancos e, incluso, la legislación de los Estados, que, en vez de procurar un clima de estabilidad y en vez de servir de cámaras de compensación en tiempos de dificultades económicas restableciendo el equilibrio, subvencionando con dinero público y mediando para mantener los niveles de empleo, se ocupan ahora principalmente de salvar su propia estabilidad como instituciones.
Añade Carlo Bordon que las consecuencias de las transacciones financieras y de las decisiones de los mercados son igualmente significativas; causan un impacto igualmente profundo en la vida de las personas y son decisivas a la hora de generar o arruinar las fortunas de la gente, pero a nadie se le imputa responsabilidad alguna por ello. Quienes toman decisiones financieras son inmunes a toda exigencia de responsabilidades, y están por encima de cualquier ética moral que no sea la de la rentabilidad. Y sólo rinden cuentas ante esta última.
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