miércoles, 15 de diciembre de 2021

El padre Vincenzo Bordo en Corea del Sur

"Para sobrevivir en Corea del Sur, hay que ser inteligente, astuto y rápido”, dice el padre Vincenzo Bordo, de 64 años. "Nosotros nos ocupamos de los que no lo son", dice el misionero de los Oblatos de María Inmaculada. Para su vida en Corea eligió el nombre de Kim Ha Jong, que significa "siervo de Dios”. Dirige La Casa de Anna, un centro para personas que viven en la calle. Un día, un restaurador cristiano rico, que había oído hablar de las actividades del misionero en los comedores sociales, le dijo al padre Bordo que quería financiar un nuevo centro para los sin techo. Así nació la Casa de Anna, que hoy ofrece tanto servicios básicos (comidas, duchas, peluquería) como alojamiento, apoyo psicológico, actividades de arte, musicoterapia y asistencia legal. "Lo primero que hacemos es levantarles el ánimo desde el punto de vista psicológico y luego los ayudamos a reintegrarse en la sociedad. Los que quieren estudiar pueden hacerlo y graduarse; los que no pueden volver a casa pueden quedarse con nosotros más tiempo. Tenemos varias casas de familia para los más pequeños. Pero los que llevan décadas viviendo en la calle, en general prefieren utilizar solamente los servicios básicos”, explica.


"Llegué aquí en 1990, pero hoy el país es completamente diferente a lo que era entonces. Y los cambios se ven sobre todo en las nuevas generaciones. Antes, los jóvenes que llegaban aquí siempre tenían un encendedor y una navaja en el bolsillo, para defenderse en la calle", dice el misionero. "Ahora, los que huyen de su casa no tienen calcetines ni ropa interior, pero siempre llevan una tablet y al menos dos teléfonos móviles”. A veces, el padre Bordo y su personal salen a recorrer las calles para recoger a los últimos, a veces vienen espontáneamente. "Cuando una pareja se divorcia, los hijos son casi siempre entregados al padre, una práctica que deriva del confucianismo", explica. "Si el padre se vuelve a casar, la nueva esposa trata muy mal a los hijos del marido y éstos huyen para evitar la violencia física y psicológica. En la última planta de nuestro centro tenemos una pequeña fábrica. Los que trabajan aquí reciben un salario y alojamiento gratuito. En un par de años, algunas personas consiguen ahorrar hasta 20.000 euros y comienzan una nueva vida". "El otro día estaba en el semáforo y me saludó un hombre. Como llevaba sombrero y máscara no lo reconocí enseguida. Estuvo tres años con nosotros tras la quiebra de su empresa y ahora ha retomado su negocio”. "Damos una oportunidad a las personas que no logran adaptarse a las reglas del sistema". 

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