La entrada de Dios en el mundo no tiene lugar sin la libertad del hombre. Ello se debe a que su presencia “como El mismo”, la cual no puede producirse sin la libertad de aquel para quien está presente. Así, para la encarnación de Dios, tuvieron que abrirse primero los “portones antiguos” de un corazón humano, del corazón de María “salve raíz, salve, puerta por la que entró la luz al mundo”. Y , del mismo modo, el adventus Domini,tiene lugar siempre y solo a través de las puertas de los corazones humanos; “alzad las puertas, abrid el portón, preparad el templo de vuestros corazones”. Robert Spaemann.
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