Los historiadores siguen sin poder responder a ciencia cierta por qué la gente decidía hacerse cristiana. Se suele sugerir que la promesa de salvación era un acicate poderoso, sobre todo en el mundo caótico del siglo III. Tal vez así fuera, pero la afirmación se basa en dos hechos constatables, que el cristianismo creció en el siglo III y que los cristianos creían en la vida después de la muerte. El inconveniente es que no existe modo de probar que el segundo hecho llevó al primero. Todo lo que cabe asegurar es que en los siglos II y III hubo cada vez más gente en el mundo mediterráneo que creía en las enseñanzas cristianas y estaba dispuesta a aceptarlas, pese a la desaprobación que generaban dentro de la sociedad grecorromana y judía. No existen cifras fiables, pero la mayoría de los estudiosos cree que en el año 300 sólo era cristiana de un 1 a un 5 por ciento de la población total del imperio. Incluso en las partes orientales relativamente más cristianizadas, no más de un 10 por ciento de la población había abrazado la fe, y es probable que el cálculo sea generoso. Aunque el cristianismo iba en aumento, no parece factible que se hubiera convertido en la religión mayoritaria del imperio sin la ayuda del emperador Constantino.
Batalla del puente Milvio |
El compromiso del emperador Constantino con el cristianismo llegó cuando vio un símbolo cristiano en el cielo mientras se preparaba para la batalla en el puente Milvio (312 d. J.C.) y escuchó una voz celestial que decía:"Con este signo vencerás". Constantino ordenó a sus soldados que pintaran el símbolo en sus escudos; la victoria que obtuvo ese día le impulsó al trono. A finales del siglo IV, una clara mayoría ya era cristiana y habían surgido los obispos como influencias dominantes en la vida política de las ciudades. En el reinado de Julián el Apóstata (360-363), se abandonó el cristianismo y se intentó revivir el paganismo romano tradicional. Pero murió en batalla contra los persas, sus edictos en pro del paganismo fueron revocados y las autoridades cristianas de la corte redoblaron su insistencia en que debía utilizarse el poder imperial para acabar con los restantes cultos. Finalmente lo hizo Teodosio el Grande (379-395), al prohibir el culto pagano y eliminar el altar a la diosa Victoria de la cámara del senado en Roma.
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