El hombre, sobre la base de la ciencia y de la técnica llevadas a sus últimas consecuencias, ha llegado a ser capaz de construir y dominar las cosas; en cambio, no sólo no ha sabido crecer espiritualmente en la misma proporción, dominándose a sí mismo como domina las cosas, sino que en buena medida se ha olvidado de sí mismo, convirtiéndose en víctima de las cosas que él mismo ha producido. Incluso las llamadas ciencias humanas tratan al hombre como “cosa”, perdiendo así el sentido de la persona. Como ha observado Umberto Galimberti, desde el momento mismo en que las imágenes religiosas y filosóficas del hombre (el hombre es imagen de Dios, el hombre no es un medio sino un fin) han sido prácticamente destruidas, el hombre se ha convertido en cosa y materia. El sentido mismo de la muerte resulta completamente frustrado, hasta suprimido: “Despojado de sus valores religiosos, metafísicos y simbólicos no aceptados por el escenario tecnológico, la muerte llega hoy con un aspecto más desangelado, más desnudo, más carente de significado, casi un desecho de la vida, un residuo inútil, un completo extraño en un mundo frenético y ocupado no en alcanzar una auténtica o presunta finalidad, como ocurría en la perspectiva religiosa y humanística, sino con el único objetivo de exorcizar a la muerte segregándola, separándola, escondiéndola en el depósito de los desechos, en el vertedero del olvido”.
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