Cuenta el filósofo Sztajnszrajber que a Sócrates no lo querían. No lo querían porque con sus actitudes por fuera de lo estatuido ponía en evidencia la oscuridad de las prácticas institucionales. Ponía en evidencia lo formal, lo vacío del ethos ateniense, la deflación de sus valores, la crisis. Incluso antes del suceso del oráculo, Sócrates con su propio comportamiento, con su propia manera de vivir, molestaba. Incomodaba a una ciudadanía que se había acostumbrado a una doble moral, a una vida democrática que, según explica muy bien en la República, se degradaba en demagogia, esto es, en el aprovechamiento de las formas del sistema democrático, pero para otros fines, más espurios y menos comunitarios.
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